Hoy silbé campos magnéticos. Me propuse presenciar mis recuerdos desde acá y dejarlos durmiendo en el alba, abrazados al rosicler y sus formas. Miraba el muro vacío, la totalidad crómatica de las 9 de mañana de un día de invierno. No eran más que adoquines. Tan solo la calle y su verdad. No hay crueldad en el ser, no hay pereza, ni desesperación. Sartré se equivoca cuando dice que el árbol crece sin ganas, crece despacio. No estoy seguro de cuántas ganas tenga de nacer.
Somos formas que nunca se aparean. Ahora la noche titila sangre, y bostezos frente a los televisores. Somos y eso puede ser irremediable. Somos enfundados en la noche y desnudos entre las estrellas. Mis recuerdos siguen durmiendo y no pienso dejarlos despertar. No sin antes asegurar su muerte.
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